TALLER febrero 28 de 2018
28/02/2018 clase 10:
Capítulo segundo
OBEDIENTES Y REBELDES
Ferdando Savater. Política Para Amador
Acabé el capítulo anterior citándote la venerable
opinión de Aristóteles: «el hombre es un animal cívico, un animal político» (lo
cual no debe confundirse con que los políticos sean unos animales, como opinan
algunos). Es decir, que somos bichos sociables, pero no instintiva y
automáticamente sociales, como las gacelas o las hormigas. A diferencia de
estas especies, los humanos inventamos formas de sociedad diversas, transformamos
la sociedad en que hemos nacido y en la que vivieron nuestros padres,
hacemos experimentos organizativos nunca antes intentados, en una
palabra: no sólo repetimos los gestos de los demás y obedecemos las
normas de nuestro grupo (como hace cualquier otro animal que se respete) sino
que llegado el caso desobedecemos, nos rebelamos, violamos las rutinas y las
normas establecidas, armamos un follón que para qué. Lo que quería decir
Aristóteles, tan formalito como creíamos que era, es que el hombre es el único
animal capaz de sublevarse... Qué digo «capaz»: los hombres nos estamos
sublevando a cada paso, obedecemos siempre un poco a regañadientes. No hacemos
lo que los demás quieren sin rechistar, como las abejas, sino que es preciso convencernos
y muchas veces obligarnos a desempeñar el papel que la sociedad nos
atribuye. Otro filósofo muy ilustre, Immanuel Kant, dijo que los hombres somos
«insocialmente sociables». O sea que nuestra forma de vivir en sociedad no es
sólo obedecer y repetir sino también rebelarnos e inventar.
Pero
atención: no nos rebelamos contra la sociedad, sino contra una sociedad
determinada. No desobedecemos porque no queramos obedecer jamás a nada ni a
nadie, sino porque queremos mejores razones para obedecer de las que nos dan y
jefes que ordenen con una autoridad más respetable. Por eso el viejo Kant
señaló que somos «insocialmente sociables», no asociales o antisociales sin
más. Los grupos animales cambian a veces sus pautas de conducta, de acuerdo con
las exigencias de la evolución biológica cuya orientación tiende a asegurar la
conservación de la especie. Las sociedades humanas se transforman
históricamente, de acuerdo a criterios mucho más complejos, tan complejos...
que no sabemos cuáles son. Unos cambios intentan asegurar determinados
objetivos, otros consolidar ciertos valores, y muchas transformaciones parecen
provenir del descubrimiento de nuevas técnicas para hacer o deshacer cosas. Lo
único indudable es que en todas las sociedades humanas (y en cada miembro
individual de esas sociedades) se dan razones para la obediencia y razones para
la rebelión. Tan sociables somos cuando obedecemos por las razones que nos
parecen válidas como cuando desobedecemos y nos sublevamos por otras que se nos
antojan de más peso. De modo que, para entender algo de la política, tendremos
que plantearnos esas diversas razones. Porque la política no es más que el
conjunto de las razones para obedecer y de las razones para sublevarse...
Obedecer,
rebelarse: ¿no sería mejor que nadie mandase, para que no tuviésemos que buscar
razones para obedecerle ni encontrásemos motivos para sublevarnos en contra suya?
Ésta es más o menos la opinión de los anarquistas, gente por la que reconozco
que tengo bastante simpatía. Según el ideal anárquico, cada cual debería actuar
de acuerdo con su propia conciencia, sin reconocer ningún tipo de autoridad.
Son las autoridades, las leyes, las instituciones, el aceptar que unos pocos
guíen a la mayoría y decidan por todos, lo que provoca los infinitos
quebraderos de cabeza que padecemos los humanos: esclavitud, abusos,
explotación, guerras... La anarquía postula una sociedad sin razones para
obedecer a otro y por tanto también sin razones para rebelarse contra él. En
una palabra: el final de la política, su jubilación. Los hombres viviríamos
juntos pero como si viviésemos solos, es decir, haciendo cada cual lo que le da
la gana. Pero ¿no le daría a alguno la gana de martirizar a su vecino o de
violar a su vecina? Los anarquistas suponen que no, pues los hombres tenemos
tendencia espontánea y natural a la cooperación, a la solidaridad, al apoyo
mutuo que a todos beneficia. Son las jerarquías sociales, el poder establecido
y las supersticiones que lo legitiman, las que producen los enfrentamientos y
enloquecen a los individuos. Los jefes sostienen que nos mandan por nuestro
bien; los anarquistas responden que nuestro verdadero bien sería que nadie
mandase, porque entonces cada cual se portaría obedientemente... pero no
obedeciendo a ningún hombre falible y caprichoso sino a la verdadera bondad de
la naturaleza humana.
¿Es
posible una sociedad anárquica, es decir, sin política? Los anarquistas tienen
desde luego razón al menos en una cosa: una sociedad sin política sería una
sociedad sin conflictos. Pero ¿es posible una sociedad humana —no
de insectos o de robots— sin conflictos? ¿Es la política la causa de los
conflictos o su consecuencia, un intento de que no resulten tan destructivos?
¿Somos capaces los humanos de vivir de acuerdo... automáticamente? A mí me
parece que el conflicto, el choque de intereses entre los individuos, es algo
inseparable de la vida en compañía de otros. Y cuantos más seamos, más
conflictos pueden llegar a plantearse. ¿Sabes por qué? Por una causa que en
principio parece paradójica: porque somos demasiado sociables. Intentaré
explicarlo. La más honda raíz de nuestra sociabilidad es que desde pequeños nos
arrastra el afán de imitarnos unos a otros. Somos sociables porque
tendemos a imitar los gestos que vemos hacer, las palabras que oímos
pronunciar, los deseos que los demás tienen, los valores que los demás
proclaman. Sin imitación natural, espontánea, nunca podríamos educar a
ningún niño ni por tanto acondicionarle para la vida en grupo con la comunidad.
Desde luego, imitamos porque nos parecemos mucho: pero la imitación nos hace
cada vez más parecidos, tan parecidos... que entramos en conflicto. Deseamos obtener
lo que vemos que los demás también quieren; queremos todos lo mismo pero a
veces lo que anhelamos no pueden poseerlo más que unos pocos o incluso uno
sólo. Sólo uno puede ser el jefe, o ser el más rico, o el mejor guerrero, o
triunfar en las competiciones deportivas, o poseer a la mujer más hermosa como
esposa, etc.. Si no viésemos que otros ambicionan esas conquistas, es casi
seguro que no nos apetecerían tampoco a nosotros, al menos desaforadamente.
Pero como suelen ser vivamente deseadas, por imitación las deseamos
vivamente. Y así nos enfrenta lo mismo que nos emparienta: el interés (etimológicamente)
es lo que está-entre dos o más personas, o sea lo que las une pero
también las separa...
De
modo que vivimos en conflicto porque nuestros deseos se parecen demasiado entre
sí y por ello colisionan unos contra otros. También es por demasiada
sociabilidad (por querer ser todos muy semejantes, por fidelidad excesiva a los
de nuestra misma tierra, religión, lengua, color de piel, etc..) por lo que
consideramos enemigos a los distintos y proscribimos o perseguimos a los
que difieren. Hablaremos otra vez de esto más adelante, cuando mencionemos el
nacionalismo y el racismo, esas enfermedades de la sociabilidad. Por el
momento, te hago notar una cosa importante pero que choca con la opinión
comúnmente establecida. Oirás decir que la culpa de los males de la sociedad la
tienen los asociales, los individualistas, los que se despreocupan o se oponen
a la comunidad. Mi opinión, tú verás si estoy equivocado o no, es la contraria:
los más peligrosos enemigos de lo social son los que se creen lo social más que
nadie, los que convierten los afanes sociales (el dinero, por ejemplo, o la
admiración de los demás, o la influencia sobre los otros) en pasiones feroces
de su alma, los que quieren colectivizarlo todo, los que se empeñan en que
todos vayamos a una... aunque seamos muchos, los que están tan convencidos de
los valores comunes que pretenden convertir en bueno a todo el mundo aunque sea
a palos, etc... La mayoría de los verdaderos individualistas son tolerantes con
los gustos ajenos porque les traen sin cuidado y, como tienen sus propios valores, a menudo distintos de los de
la escala «oficial», no chocan frontalmente con los diferentes a ellos, no
pretenden imponerles por la fuerza las virtudes propias ni luchan a zarpazos
por apoderarse de algo único cuyo mayor precio viene solamente de que lo
quieren muchos. La gente más sociable es la que acepta el compromiso con los
demás razonablemente, o sea: sin exageraciones. Ahora que nadie nos oye te
susurraré una blasfemia: ¿te acuerdas de que en el libro anterior te dije que
los que mejor entienden la ética son los egoístas reflexivos? Pues bien, los
miembros de la comunidad que menos contribuyen a estropearla son esos individualistas
contra quienes tanto oirás predicar: los que viven para sí mismos y por
tanto comprenden las razones que hacen indispensable la armonía con los
demás; no los que sólo viven para los demás... y para lo de los demás.
Sin
embargo, no vayas a creer que el conflicto entre intereses, cualquier conflicto
o enfrentamiento, es malo de por sí. Gracias a los conflictos la sociedad
inventa, se transforma, no se estanca. La unanimidad sin sobresaltos es muy
tranquila pero resulta tan letalmente soporífera como un encefalograma plano.
La única forma de asegurar que cada cual tiene personalidad propia, es decir,
que de verdad somos muchos y no uno solo hecho por muchas células, es que de
vez en cuando nos enfrentemos y compitamos con los otros. Quizá queramos lo
mismo todos, pero al enfrentarnos por conseguirlo o enfocar el mismo asunto
desde diversas perspectivas, constatamos que no todos somos el mismo. A veces
los que gustan de dar órdenes dicen: «¡Vamos, todos como un solo hombre! ¡En
pie todos como un solo hombre!» Menudo disparate colectivista. ¿Por qué
demonios tenemos que hacer todos algo como un solo hombre... si no somos uno
sino muchos? Hagamos lo que hagamos, en armonía o discrepancia, es mejor
hacerlo como trescientos hombres, o como mil, o como los que seamos y no como
uno, puesto que no somos uno. Actuamos solidaria o cómplicemente con los demás,
pero no fundidos con los demás, confundidos y perdidos en ellos, soldados a
ellos... Por cierto, ¿te suena a algo esa palabra, soldados?
De
modo que en la sociedad, tienen que darse conflictos porque en ella viven
hombres reales, diversos, con sus propias iniciativas y sus propias pasiones.
Una sociedad sin conflictos no sería sociedad humana sino un cementerio o un
museo de cera. Y los hombres competimos unos con otros y nos enfrentamos unos
contra otros porque los demás nos importan (¡a veces hasta demasiado!),
porque nos tomamos en serio unos a otros y damos trascendencia a la vida en
común que llevamos con ellos. A fin de cuentas, tenemos conflictos unos con
otros por la misma razón por la que ayudamos a los otros y colaboramos con
ellos: porque los demás seres humanos nos preocupan. Y porque nos
preocupa nuestra relación con ellos, los valores que compartimos y aquellos en
que discrepamos, la opinión que tienen de nosotros (esto es muy importante, lo
de la opinión: exigimos que nos quieran, o que nos admiren, o al menos que nos
respeten o si no que nos teman...), lo que nos dan y lo que nos quitan... Según
los hombres vamos siendo más numerosos, las posibilidades de conflicto
aumentan; y también aumentan los jaleos cuando crecen y se diversifican
nuestras actividades o nuestras posibilidades. Compara la tribu amazónica de
apenas un centenar de miembros, cada cual con su papel masculino o femenino
bien determinado, sin muchas opciones para salirse de la norma, con el
torbellino complicadísimo en el que viven los habitantes de París o Nueva
York...
No
es la política la que provoca los conflictos: malos o buenos, estimulantes o
letales, los conflictos son síntomas que acompañan necesariamente la vida en
sociedad... ¡y que paradójicamente confirman lo desesperadamente sociales que
somos! Entonces la política (recuerda que se trata del conjunto de las razones
para obedecer y para desobedecer) se ocupa de atajar ciertos conflictos, de
canalizarlos y ritualizarlos, de impedir que crezcan hasta destruir como un
cáncer el grupo social. Los humanos somos agresivos, como ya tendremos ocasión
de comentar más adelante al hablar de la guerra y la paz: a nada que nos descuidemos,
llevamos nuestras discrepancias conflictivas hasta el punto de matarnos unos a
otros. Los otros animales que viven en grupo suelen tener pautas instintivas de
conducta que limitan los enfrentamientos intergrupales: los lobos luchan entre
sí por una hembra con ferocidad, pero cuando el que va perdiendo ofrece
voluntariamente su cuello al más fuerte, el otro se da por contento y le
perdona la vida; si en la batalla entre dos gorilas machos uno toma a un bebé
gorila en los brazos y lo acuna como hacen las hembras, el otro cesa
inmediatamente la pelea porque a las hembras no se las ataca... Etc. Los
hombres no solemos tener tan piadosos miramientos unos con otros. Es preciso
inventar artificios que impidan que la sangre llegue al río: se necesitan personas
o instituciones a las que todos obedezcamos y que medien en las disputas,
brindando su arbitraje o su coacción para que los individuos enfrentados no se
destruyan unos a otros, para que no trituren a los más débiles (niños, mujeres,
ancianos...), para que no inicien una cadena de mutuas venganzas que acabe con
la concordia del grupo.
Pero
la autoridad política viene también a cumplir otras funciones. En cualquier
sociedad humana hay determinadas empresas que exigen la colaboración o algún
tipo de apoyo de todos los ciudadanos: se trata de la defensa del grupo, de la
construcción de obras públicas de gran utilidad que ningún particular puede
realizar por sí solo, la modificación de tradiciones o leyes que han estado
vigentes mucho tiempo y su sustitución por otras diferentes, la asistencia a
los afectados por alguna catástrofe colectiva o por esas catástrofes
individuales que a todos nos importan (desvalimiento infantil, enfermedad,
vejez...), incluso la organización de fiestas y celebraciones comunales que refuercen
en los miembros de la colectividad los lazos de amistad civil y la emoción de
formar parte de un conjunto bien armonizado. La exigencia de instituir alguna
forma de gobierno, algún tipo de puesto de mando que dirija el grupo
cuando resulte necesario, se apoya en estas justificaciones y otras parecidas
que quizá a ti mismo se te ocurran reflexionando un poco sobre el asunto. No te
he mencionado más que las de signo positivo, o sea las que tienden a construir
o remediar, aunque también se necesita autoridad para prevenir ciertos
males que afectan a muchos pero que unos cuantos por interés miope favorecen
(la destrucción de los recursos naturales es un buen ejemplo) y para asegurar
un mínimo de educación que garantice a cada miembro del grupo la posibilidad
de conocer el tesoro de sabiduría y habilidad acumulado durante siglos por
quienes les preceden.
Los
partidarios de la anarquía pueden admitir la mayoría de estas demandas y su
perentoriedad, pero no sin buenas razones arguyen que establecer una jefatura
estatal y única suele crear más problemas de los que resuelve, aún peor: los
jefes dan soluciones a los problemas planteados que resultan después más
problemáticas que los males que intentaban resolver. Para acabar con la
violencia promueven ejércitos y policías que cometen violencia en gran escala;
pretendiendo ayudar a los débiles debilitan a todo el mundo con su prepotencia
ordenancista; en nombre de la unidad de lo colectivo acogotan la espontaneidad
libre y creadora de los individuos; inventan al Todo (patria, nación,
civilización...) una personalidad sacrosanta hecha de odio a los extraños, los
diferentes, los disidentes; convierten la educación en un instrumento de
sumisión a los dogmas, a los poderosos y a los prejuicios que les favorecen; etc.,
etc.. En resumen, inventan una casta privilegiada —los especialistas en mandar—
y la instituyen por la fuerza como «salvadora permanente» de los demás, que por
lo visto son sólo «especialistas en obedecer»...
Repasando
la historia, tanto la más antigua como la más contemporánea, te confieso que
llego a la conclusión de que estas objeciones contrarias a los jefes y al
Estado tienen bastante fundamento. Pero también me resulta evidente que esperar
el milagro de que millones de seres humanos logren vivir juntos de manera
automáticamente armoniosa y pacífica, sin ningún tipo de dirección colectiva ni
cierta coacción que limite la libertad de los más destructivos o de los más
imbéciles (que suelen ser los mismos), no es cosa que parezca compatible con lo
que los humanos hemos sido, somos... ni siquiera con lo que verosímilmente
podemos llegar a ser. De modo que considero indispensables algunas órdenes...
aunque no cualquier tipo de órdenes; ciertos jefes... aunque no cualquier tipo
de jefes; algún gobierno... pero no cualquier gobierno. Volvemos así, qué
quieres que yo le haga, al planteamiento inicial del asunto, de ese asunto del
que la política se ocupa: ¿a quién debemos obedecer? ¿En qué debemos obedecer?
¿Hasta cuándo y por qué tenemos que seguir obedeciendo? Y, desde luego,
¿cuándo, por qué y cómo habrá que rebelarse?
Vete leyendo...
«¿Cómo puede ser que tantos hombres, tantos burgos,
tantas ciudades, tantas naciones soporten a veces a un solo tirano, que no
tiene más poderío que el que se le concede y que no tiene capacidad de dañar
sino en tanto se le aguanta, que no podría hacer mal a nadie si no se
prefiriera soportarle a contradecirle? Gran cosa es y más triste que asombrosa
ver a un millón de hombres someter su cuello al yugo no obligados por una fuerza
mayor sino por el solo encanto del nombre de uno» (E. de la Boétie, Contra
Uno o Discurso de la servidumbre voluntaria).
«Por lo demás, los hombres no derivan placer alguno
(antes bien, considerable pesar) de estar juntos allí donde no hay poder capaz
de imponer respeto a todos ellos. [...]. En tal condición no hay lugar para la
industria; porque el fruto de la misma es inseguro. Y por consiguiente tampoco
cultivo de la tierra; ni navegación, ni uso de los bienes que pueden ser
importados por mar, ni construcción confortable; ni instrumentos para mover y
remover los objetos que necesitan mucha fuerza; ni conocimiento de la faz de la
Tierra; ni cómputo del tiempo; ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que
es peor que todo, miedo continuo, y peligro de muerte violenta; y para el
hombre un vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta» (T. Hobbes, Leviatán).
Trabajo individual en
hojas de bloc, como trabajo escrito
De
acuerdo con los elementos obtenidos en las clases de Ciencias Políticas y la lectura del documento: OBEDIENTES Y
REBELDES, capítulo 2 del texto, Política para Amador, de Fernando Savater.
Responde por escrito
1. Explica,
argumentando, las siguientes frases: “El hombre es un animal político”
(Aristóteles); “los hombres somos
insocialmente sociables” (Fernando Savater).
2. ¿Qué opinión tienes de
los anarquistas?. Imagina el colegio en total anarquía. ¿podrías vivir en una sociedad anárquica?. Sustenta
tus respuestas.
3. Escribe cinco
razones que tienes para OBEDECER y cinco razones para REBELARSE en esta
sociedad. Las razones deben estar en concordancia con el texto leído, no lo que
a usted se le ocurra.
4. ¿Puede una sociedad
convivir sin conflictos? ¿los conflictos son positivos o negativos? Sustenta tus respuestas.
5. Si desde nuestro
discurso argumentamos que la mejor manera de manejar los conflictos
creativamente es el diálogo y la construcción de consensos. ¿por qué en la
práctica no actuamos coherentemente con dicha premisa?
6. Reflexiona y opina: logra un individuo vivir
armoniosamente en sociedad sin someterse a la autoridad de sus padres,
superiores o Estado.
7. ¿Puede una
sociedad gestarse sin política, sin
Estado y sin gobierno?
8. Utilicemos el
racionamiento lógico: Si la ética es al individuo, lo que la política es a la sociedad. Valora: qué importancia le das a la ética y a la
política en tu vida.
Nota
aclaratoria:
valor de cada respuesta: 0.6; se tendrá en cuenta tu capacidad de interpretar
el texto, relacionarlo con tu vida cotidiana, el manejo correcto del lenguaje (coherencia,
redacción ortografía, etc.)
Este trabajo es a la vez la nivelación y
refuerzo Ciencias Sociales en el primer periodo. Puedes buscar apoyo, ayuda y
orientación para desarrollar tu trabajo. Pero la construcción de las respuestas
es un trabajo de la pareja, que pone a prueba vuestro código ético. Si un
trabajo es igual al de un compañero (S), las respuestas serán anuladas.
Fecha
de entrega: lunes miércoles 7 de marzo de 2018
“Me hago RESPONSABLE de lo que expreso, mas no de las
interpretaciones”